jueves, 7 de julio de 2011

RESPONSABILIDAD EMPRESARIAL, RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL


En plena época de renovación social, las organizaciones están perfilando el camino por el que definir su papel dentro de esta red que nos conecta a todos, el Sistema, formado por las relaciones que establecemos los unos con los otros y con la naturaleza de la que somos parte. Hemos comprobado que en esta inmensa malla, el movimiento de cada uno de sus elementos genera un impacto sobre los demás y que la clave para su funcionamiento sano, sostenible, reside en la interdependencia: la dinámica de ser mutuamente responsable y de compartir unos valores comunes, desde la independencia emocional, económica, moral de cada uno.
 Atrás estamos dejando los postulados del liberalismo salvaje que nos ha llevado a un modelo socioeconómico bulímico, poniendo en peligro la misma supervivencia. Hoy asistimos a la quiebra de un planteamiento de negocio exclusivamente centrado en valores económicos, en donde las empresas se servían de la sociedad y el entorno para incrementar sus ingresos, sin compartir la ganancia más allá de los consejos de administración.
Este paradigma económico permitió la formación y propagación por todo el mundo de grandes corporaciones que entendían el beneficio exclusivamente en función del aumento en sus cifras. De este modo, con el fin de asegurar un crecimiento continuado, muchas compañías con implantación multinacional se vieron “obligadas” a  transgredir valores éticos, generalmente en países terceros, a través de la ejecución de medidas empresariales ilegales en sus lugares de origen. Pero estas prácticas fueron saliendo a la luz, generando escándalo entre los clientes; de modo que, a partir de los años 80 del s. XX estas grandes corporaciones empezaron a promover actividades y medidas sociales que sirviesen para lavar su imagen ante la opinión pública,  de paso que les reportaban ventajas fiscales.
Rastreando en los antecedentes, podemos comprobar que el origen de la RSE está íntimamente conectado al márketing y el beneficio económico de las organizaciones; en este sentido es interesante comprobar a qué sectores pertenecían y qué tipo de empresas fueron las pioneras en buscar la difusión de sus actividades sociales. Teniendo en cuenta su punto de partida, no tan social y responsable, la RSE ha tenido que apoyarse en certificaciones para ganar credibilidad aunque, debido a los parámetros que se han de contemplar en los análisis (diversidad de ámbitos, diferentes legislaciones en cada país), estos estándares no han podido extenderse a nivel global.
Pero, si la responsabilidad es la “capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente” ¿puede realmente una parte externa) dar fe de que una organización es responsable en su comportamiento interno? ¿Se puede certificar que esta capacidad se hace efectiva en todos los casos, antes incluso de que se produzcan lo hechos por los que la organización ha de responder? Hemos mencionado que no se ha podido establecer un estándar de RSE a nivel internacional; por tanto, con las herramientas existentes en la actualidad, los organismos de certificación tampoco lo tienen fácil para discernir qué empresas se comprometen realmente con la RSE y cuáles tan sólo cumplen con el expediente. Eso no quita que los organismos certificadores dejen de buscar un método fiable para aterrizar un estándar que realmente pueda calibrar el grado de responsabilidad de una organización. Una cosa es SER responsable y otra montar una estrategia de RSE pero ¿cómo integrar con autenticidad el valor de la responsabilidad en el seno de las organizaciones?
Las organizaciones, como sistemas, son entidades vivas, constituidas por personas que se relacionan entre sí con un objetivo común. Es precisamente en todas y cada una de las personas que forman las empresas donde se encuentra la clave una responsabilidad verdaderamente integrada. A ese nivel de nada sirve un esquema de RSE si en el interior de las personas no hay un motor, un propósito que le dé sentido a su trabajo diario. Porque al hablar de seres humanos no hay más medida que uno mismo: si el ser humano no funciona las organizaciones, formadas por seres humanos, tampoco funcionan. Ante esto sólo cabe un cambio real de paradigma, que comienza por la toma de conciencia individual: saber qué quiero hacer, qué vengo a aportar, actuar en consecuencia y responsabilizarme de mis actos.
A su vez, las organizaciones deben comprometerse a dar espacio a sus personas, a dar una comunicación clara de propósito y valores organizativos, a actuar siendo coherente con ellos en todos los casos, a reconocer la labor de cada trabajador implicado en la empresa  y alimentar la visión sistémica de la organización. Aquí la responsabilidad empresarial radica en afinar su selección de personal (para asegurarse de que todos se identifican bien con el propósito y los valores que conforman la cultura organizativa) y en el respeto por las personas, con el fin de activar una sana reciprocidad que permita la sostenibilidad del proyecto desde su principal recurso: el ser humano. La responsabilidad total no es posible sin un respeto total.
Esa responsabilidad de las personas es lo que da cohesión a la sociedad, dota de cuerpo a las organizaciones y permite un desarrollo sostenible de la empresa, poniendo sus logros al servicio del Sistema, la gran malla natural que le da vida, que hace posible su existencia.
La Máquina de Café, 22 de junio de 2011
(“La responsabilidad empresarial: ¿una buena opción para organizaciones excelentes?”)

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